Sostengo que Francisco Javier Ortiz Arellano,
“Paco”, es el más grande referente de lucha en la región lagunera durante los
últimos años. Firme en sus convicciones a favor de la justicia y el bien común,
constante y atento, dialógico y solidario, con su ejemplo sembró esperanza en
los demás, confianza, vitalidad. Y contagió su ternura, su amor por la vida,
por la naturaleza, por el prójimo.
Lo vi luchar sin pausa contra la
perversa y mal llamada reforma educativa del 2013, acompañando a quienes habían
sufrido ceses o suspensiones de pago por negarse a participar en las
evaluaciones injustas, lo vi desplazarse de un municipio a otro en diálogo permanente
con el magisterio sensible y sus familias, en plazas, en escuelas, en
auditorios. Y luego en su lucha junto a personas admirables, en defensa de la
vida y el territorio.
Coordinaba, alentaba. Era, como dicen hoy algunos, un 24/7, un guerrero sin pausa dispuesto a brindar, sin regateos ni condiciones, su mano amiga, y a poner sus vastos saberes al servicio de quienes, en busca de otra realidad posible, como él, veían en la organización genuina del pueblo, de la raza, la fuente de donde brotan sendas posibilidades para la transformación.
El 8 de marzo del año pasado, en
un espacio digital sobre temas educativos, apareció un artículo fabuloso,
titulado El valor de un doctorado. Sin
ambages, el autor sostiene que hay quienes utilizan su grado de doctor para
envanecerse, como una etiqueta que vuelven su carta de presentación. Y remata:
“Entonces, ¿cuál es el valor del doctorado? Que no precises cantarlo, que sobre
decirlo, porque tus razonamientos, discursos, textos y coherencia muestran la
autoridad a la que un doctorado, a veces, sólo disfraza o envanece.”
Y pensé en Paco, a quien nunca
escuché referir su grado académico, mucho menos usarlo para ganar autoridad o
imponerse sobre los demás. Era, en cambio, un escucha atento, un promotor de la
plena participación, el diálogo y el intercambio de saberes. Generó, junto a
otros y otras, procesos de transformación.
Pienso que Paco es como esos
fuegos a los que refiere Eduardo Galeano, fuegos que desde lo alto del cielo
pudo ver un hombre que había subido. Fuegos que arden la vida con tantas ganas
que no se puede mirarlos sin parpadear. Y quien se acerca a esos fuegos, fuegos
como Paco, como Francisco Javier Ortiz Arellano…se enciende.
Paco es un fuego que siempre
seguirá encendiendo.