martes, 4 de enero de 2022

La sonrisa de Mona Lisa: una escena para reflexionar

 Hay cuantiosas obras cinematográficas que abordan el tema educativo. Y no son pocas, por fortuna, las que aportan invaluables elementos para la reflexión y la reinvención en los diferentes circuitos educativos. Una de ellas es La sonrisa de Mona Lisa, un filme estadounidense ambientado en los años 50´s.

El argumento gira en torno a la educación conservadora que reciben las alumnas en la prestigiosa Universidad de Wellesley,  Estados Unidos, quienes han de prepararse para ser buenas esposas, buenas amas de casa, el orgullo de sus maridos. Hasta que una joven y talentosa maestra llega y siembra ruptura, avivando, no sin vicisitudes, la inquietud por otra realidad posible.

No es el fin de este texto reflexionar sobre el argumento general de la película, pero sí acerca de una escena en particular, que, a nuestro parecer, hoy que tanto se habla de la educación emocional y de la empatía, puede arrojarnos luz respecto a la relación armónica con los demás y los procesos de formación en este sentido.

La escena es la siguiente:

Giselle Levy, una estudiante que desafía los estereotipos del conservadurismo, entra a la habitación en que se hallan dos de sus compañeras y les comienza a narrar su aventura vivida con un enamorado la noche anterior. Sus dos compañeras escuchan con emoción. De pronto aparece la recién matrimoniada Betty Warren, alumna que, con denodado celo, hace suyo y defiende el modelo conservador de la escuela. Se hallaba en un cuarto contiguo, y, al entrar y escuchar la narración de Giselle, se enfurece y comienza a insultarla. Le grita, le hace muecas de desprecio, la agrede verbalmente sin parar, ante la sorpresa e incomodidad de sus compañeras, que, aunque lo intentan, no pueden detenerla.  

- ¡Dime, qué se siente que no que quieran, que te desprecien, que te usen, que te odien!

Giselle Levy, que hasta entonces había ignorado - aparentemente -  a su agresora, se da media vuelta, se acerca a su increpadora y...


Confieso que la primera vez que observé la escena, habituado quizás a ciertas formas de resolución de conflictos en mi contexto, pensé que vendría una bofetada o un puñetazo, o, tal vez, una respuesta semejante, con vociferaciones y frases tipo "¡a mí nadie me grita!", "¡ni sabes con quién te estás metiendo!" o "¡yo no me dejo de nadie!", entre otras.

Y sin embargo:

...la abraza. 

 Y Betty Warren recibe el abrazo y vierte el llanto y vierte su alma: 




Es víctima de una violencia atroz, sobre todo emocional, en el hogar. Su marido la excluye, su marido la ignora, le da un trato indigno. Giselle Levy lo notó, lo comprendió y le brindó apoyo. El mensaje implícito en el abrazo es aquí estoy, estoy presente, te acompaño.

Más adelante Betty Warren solicitara el divorcio y hará las pases con la profesora Katherine Watson (la maestra revolucionaria que les llevó a pensar y construir otra realidad posible), a quien también había golpeteado en más de una ocasión.

Pero el abrazo, la respuesta de Giselle Levy es memorable. Una escena conmovedora, que sacude. Y no tiene que ver con sensiblería, sino con algo mayor: Tiene que ver con la teoría de la mente. expresión que refiere a esa capacidad que tenemos, como seres humanos, para interpretar los gestos, palabras, acciones de los demás, para identificar emociones y estados de ánimo en los demás, y actuar.

¿Pero cuál será la mejor actuación posible? ¿Responder al agravio con el agravio? ¿Apagar el fuego con el fuego? ¿Engancharse en griteríos desgastantes? ¿Involucrarse en pleitos por todo y por nada? ¿Seguir el consejo manipulador y enfermizo de quienes alientan a "nunca dejarse de nadie", a empoderarse a través de los conflictos y a "decir las cosas de frente"?

Lo dudo.

Betty Warren, que con sus furibundos gritos en el fondo pedía socorro, lo encontró en una atenta compañera de escuela (en algún momento, cuando acudió a su madre en busca de auxilio, ésta la rechazó, pues su deber era estar junto a su marido, como quiera que la tratase).

Por lo tanto, podemos recuperar de esta escena portentosa, y del contexto narrativo en que tiene lugar,  al menos tres elementos que dan forma concreta a eso que llamamos empatía: La atención al otro, el estar y el acompañar. 

Y un cuarto factor de transformación:  realizar lo inédito, lo inédito viable, como diría Paulo Freire.











 






 




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