martes, 26 de octubre de 2021

De situaciones y actos límites


 

El pasado existe porque una vez fue real,

el futuro existe porque necesitamos que sea real.

Ray Brádbury


Conocí a doña pila cerca de un poblado en que trabajé hace tiempo. Sexagenaria, pero con la energía física de una veinteañera, me contó que había quedado viuda, a cargo de un padre enfermo y cuatro hijos, a la edad de 35 años. Tímida en extremo, sin títulos académicos –apenas pudo concluir el quinto grado de la escuela primaria–, sin grandes bienes materiales, ni familiares acaudalados que le acogieran en su infortunio, se vio sumida en la zozobra y desesperación cuando murió su marido.

No faltaron, sin embargo, y como suele suceder en los lugares con tradición solidaria, los vecinos que con apoyo económico o palabras de aliento le dieron bríos. Ni tampoco faltó el amigo que le dio un consejo de gran valor: Vender barbacoa de puerco. “Se invierte poco y las ganancias no son desdeñables”. Así podría sacar adelante a su familia y generar dos o tres empleos en el barrio.


Doña Pila siguió el consejo. Vio que el negocio podía prosperar. Y prosperó. A tal grado que en poco tiempo la entrada de su casa se convirtió en un restaurante muy popular entre la comunidad y pueblos circunvecinos. Hubo quien, incluso, contrató sus servicios para fiestas particulares.

La experiencia de doña Pila no es ni será la última, por supuesto. La historia es vasta en ejemplos que aluden a periodos de miedo y desaliento, o donde la vida, de súbito, da vuelcos inesperados, inimaginables. En lo individual y familiar: la muerte de un ser querido, la enfermedad, las crisis económicas, el abandono de ciertas facultades físicas o mentales, etcétera; en lo colectivo: desastres naturales, violencia estructural y económica, autoritarismo, pandemias, entre otros.

Hay, asimismo, innumerables ejemplos de situaciones desafiantes que han llevado a la decisión, a la acción extraordinaria. Situaciones donde los sujetos superan el actual estado de cosas, imaginan el futuro y lo (re)construyen. En la literatura se han abordado cuantiosas historias que recuperan lo anterior.

Como la que recupera Gabriel García Márquez en un libro titulado La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile, en que relata cómo, debido a la dictadura pinochetista en Chile, que prohibía la entrada de personajes incómodos al país, el cineasta Miguel Littín volvió a su patria totalmente convertido en otra persona, con nuevo rostro, nueva identidad y hasta con esposa falsa, con el propósito de filmar junto a otros un documental que reflejara al mundo la realidad que se vivía bajo el régimen golpista.

O el Poema pedagógico, de Anton Makarenko, donde éste narra el proceso de búsqueda y transformación llevada a cabo por él y otros educadores y sus estudiantes –pequeños vagabundos “amenazantes e incorregibles” cuyos padres habían muerto durante la guerra civil en la Rusia de los años 20´s– en la colonia educativa Máximo Gorki, donde mediante el arte, la disciplina consciente y la visión de crecimiento colectivo se forjaron personalidades con alto sentido estético y aguda inteligencia.

Se trata de “situaciones límite”, que nos impelen a la ruptura, a la trascendencia, a realizar lo que está fuera de nuestra cotidianidad en busca de una realidad distinta, de un futuro mejor.

Aunque al hablar de ellas se alude por lo regular a Karl Jaspers, psiquiatra y filósofo alemán, que utilizó el concepto para referirse a situaciones que no se pueden cambiar ni eludir (la muerte, la vejez, la enfermedad) y para quien las situaciones límites son la franja donde terminan todas las posibilidades, fue el brasileño Álvaro Vieira Pinto quien superó la visión fatalista del pensador alemán y las definió como “el margen real donde empiezan todas las posibilidades”, “la frontera entre el ser y el ser más”. Una situación límite, entonces, puede ser el parteaguas para realizar lo inédito.

En su libro Pedagogía del oprimido, Paulo Freire retoma las aportaciones de Vieira Pinto y destaca otra contribución de su compatriota: “los actos límites”. Es decir, aquellos que se dirigen a la superación o negación de lo otorgado, en lugar de la docilidad o aceptación pasiva, acrítica y fatalizadora.

Los “actos límites”, dice más adelante Paulo Freire en el mismo trabajo, implican una postura de decisión frente al mundo, que es transformado mediante la praxis (reflexión y acción transformadoras).


Así, la percepción de la situación límite, y la respuesta ante ella, dependerá del nivel de conciencia en que se hallen los sujetos, de sus dosis de creatividad, sus posibilidades históricas y contextuales y sus vínculos humanos. De tal manera que habrá quien se entregue a la indiferencia, quien se suma en el pesimismo o quien, como doña Pila, Littín o Makarenko, realice “actos límites” de cara a la transformación de la realidad.

En el último caso, innegable es que siempre encontraremos apoyo en los demás.

lunes, 25 de octubre de 2021

Un testimonio que sacude

 

¿Qué es un testimonio? Es, ante todo, la preservación de la memoria, es el recuerdo, la experiencia que se comparte para provocar, para concientizar y no cometer los errores del pasado. Ante el silencio, conveniente para quienes se sienten amos y señores de la vida y el territorio, el testimonio brota y se yergue contra el olvido.

Por eso la publicación que el Fondo de Cultura Económica, a través de su colección editorial Vientos del pueblo, hiciera de Hibakusha,Testimonio de Yasuaki Yamashita, es digna del más hondo reconocimiento.

Hibakusha es un término japonés cuyo significado, persona bombardeada – baku: bomba; sha: persona -, refiere a los sobrevivientes de los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, por parte del gobierno de los Estados Unidos. “En un solo instante más de doscientas mil personas murieron calcinadas y ambas ciudades quedaron en ruinas”, se lee en la presentación de la obra.

El daño ocasionado por las bombas nucleares, sin embargo, no se agotó esos días, ya que el efecto de la radioactividad ha provocado la muerte de numerosas personas hasta la actualidad. Encima, los sobrevivientes padecieron por largo tiempo la exclusión y el rechazo dentro y fuera de su país, pues se creía que sus problemas de salud eran contagiosos.

Esta discriminación, según algunos investigadores, aún suscita miedo en algunos hibakushas, quienes no se atreven a reconocer su condición de sobreviviente. Las reservas tienen razón de ser, pues no sólo veían limitadas su vida laboral y preparación profesional, sino que la posibilidad de entablar amistades, incluso de casarse, se veía reducida cuando se desvelaba que habían estado en Hiroshima o Nagasaki los días del bombardeo.

El propio Yasuaki Yamashita dice en su testimonio: “durante cincuenta años había ocultado ese terrible dolor, sufriendo interiormente”.  Y más adelante: “comprendí que era una obligación de los sobrevivientes compartir esa tragedia, aunque resulte muy difícil y dolorosa(…) consideramos que si dejáramos de hablar de lo que sucedió se puede repetir la historia e cualquier parte del mundo”.

La advertencia no es infundada. De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas, hay en la actualidad 13.400 armas nucleares en el mundo. Nuclear Threat Initiative, por su parte, ha difundido que esas armas están distribuidas en nueve países: Estados Unidos, China, Pakistán, Corea del Norte, India, Rusia, Israel, Francia y el Reino Unido.

Por lo tanto, el testimonio de Yasuaki Yamashita, que adquiere forma escrita con el apoyo de Sergio Hernández – investigador y profesor de la Dirección de Estudios Históricos del INAH- y las ilustraciones de Edu Molina, es un llamado de alerta contra el olvido y la indiferencia. Es un exhorto contra los absurdos y las crueldades de la guerra.

Además, hoy que en el ámbito educativo se habla tanto del aprendizaje situado y de motivar el diálogo, la participación activa y el espíritu crítico, el camino recorrido por Yasuaki Yamashita puede servir de ejemplo a quienes, con genuino interés en los procesos formativos y transformadores, buscan generar ambientes de aprendizaje humanizadores y poner el énfasis en los valores de uso.

Porque la primera vez que compartió su experiencia, en 1995, fue gracias a la invitación (e insistencia) que un estudiante le hiciera para visitar su escuela, para platicar con el grupo, para dialogar sobre un tema del que – como tantos otros que atañen al bien común – poco o nada les habían hablado.

Aceptó. Y desde entonces visita escuelas para compartir su experiencia sobre la bomba atómica, para dialogar, para convivir con estudiantes, maestros, habitantes de la comunidad, padres y madres de familia (y otros más, como la persona que condujo su auto durante tres horas para asistir a una de sus pláticas) acerca de lo que sucedió durante y después de aquellos días en que miles de personas perdieron la vida a causa de un ataque despiadado.

Hibakusha, Testimonio de Yasuaki Yamashita, es una obra cuya lectura, esperanzadora, ofrece también rutas para el impulso de otro tipo de comunicación, más horizontal, más centrada en el ser humano. Es una obra, en conclusión, imprescindible.

 


Año nuevo

Qué aprendimos en el año