viernes, 10 de diciembre de 2021

Experiencias transformadoras desde las familias, escuelas y comunidades: Aportes imprescindibles en época de pandemia.

"Ninguna persona ignora todo.

Nadie lo sabe todo. Todos sabemos algo.

Todos ignoramos algo. Por eso aprendemos siempre".


Pedagogía del oprimido. Paulo Freire.


 En el sistema escolarizado, una de las actividades cúspide es la ceremonia de clausura del ciclo escolar. Ésta lleva consigo el reconocimiento y entrega de documentos oficiales a alumnos y alumnas que culminaron los estudios correspondientes a cierto nivel. La llegada de la pandemia impidió que estos actos solemnes se llevaran a cabo de manera presencial, pero hubo escuelas donde los colectivos -atentos, sensibles y sumamente creativos- realizaron actividades para cerrar el año y despedir a sus estudiantes: Desde ceremonias virtuales hasta la entrega de papelería y felicitaciones a domicilio.

Basta navegar por las páginas de Facebook o blogs de algunas instituciones para corroborarlo y  comprobar, una vez más, que en cualquier contexto es posible encontrar y generar posibilidades educativas. Pienso en los maestros y maestras que realizaron esas actividades y me los imagino organizándose, asumiendo compromisos y construyendo anhelos: “Yo me encargo de elaborar un cartel virtual”, “nosotros hacemos el video de despedida”, “a mí déjenme la recolección de fotografías”, “yo pongo mi camioneta para ir a entregar papelería”.

Muchos estudiantes también han destacado por su capacidad creadora y transformadora, participando en campañas informativas, realizando videos didácticos y recreativos o enseñando el manejo de herramientas tecnológicas.

Y así como en el terreno escolarizado, durante esta fase de pandemia, hay experiencias sumamente notables que sin duda serán parte de la historia pedagógica en nuestro país, hay también valiosas ideas y acciones surgidas desde las familias y las comunidades.




Sin embargo, con o sin pandemia, la tentación de convertir a los demás en meros receptores de información o instrucciones, en lugar de recuperar sus saberes y procesos, es muy grande.

Mario Kaplún, comunicador popular, en su libro Una pedagogía de la comunicación nos habla de tres modelos educativos:

1. Un modelo de educación que pone el énfasis en los contenidos: Consiste en la transmisión de conocimientos por parte de la élite “instruida” a las masas ignorantes.

2. Un modelo de educación que pone el énfasis en los efectos: Consiste en moldear la conducta de las personas con objetivos previamente definidos.

3. Un modelo de educación que pone el énfasis en el proceso: Destaca la importancia del proceso de transformación de la persona y las comunidades.

Estos tres modelos convergen en el tiempo y en el espacio, pero los dos primeros conciben a las personas como objetos de la educación, mientras el tercero las concibe como sujetos de la educación. Así que, aun con las lecciones históricas y los innumerables ejemplos concretos acerca de la capacidad y fuerza organizativa y creadora de los docentes y los estudiantes en las escuelas, de las familias y las comunidades, hay quienes se adhieren en los hechos a los dos modelos que ponen el énfasis en los contenidos y en los efectos y, de esta forma, mutilan la participación activa e invisibilizan los saberes y procesos construidos en colectividad.

No es nada nuevo. La Educación Popular y la Pedagogía Crítica y emblemáticos libros como Pedagogía del oprimido o Cartas a una profesora lo denuncian de forma pormenorizada. No es de extrañar, en ese sentido, que a pesar de los discursos  en donde se pregona la participación activa de los estudiantes y sus familias, así como la recuperación de sus aprendizajes previos, intereses y necesidades, existan quienes, en la acción, desde un enfoque verticalista, castrante y falsamente altruista asuman que “hay que educar a los padres/madres de familia y sus hijos”.

Un ejemplo muy ilustrativo al respecto lo protagonizó hace algunos días el gobernador del estado de Coahuila, quien textualmente dijo durante una de sus participaciones públicas: “…vamos a hacer lo necesario para poder educar a los padres de familia y que a su vez se eduquen (sic) a los niños”.

Predomina lo siguiente en la declaración del gobernante: Alguien (sujeto que sabe) educa a otro (sujeto que no sabe).

Asimismo, en algunas propuestas educativas para tiempos de pandemia, expresadas en foros, debates, mesas redondas, artículos de opinión o Programas Escolares de Mejora Continua (documento guía de las escuelas de educación básica en nuestro país) se escuchan expresiones similares o casi idénticas a las del mandatario coahuilense.

Desde esta visión la fórmula es simple: Los padres de familia no están educados, hay que educarlos; los niños no están educados, hay que educarlos. Y respecto a los maestros puede aplicarse la misma receta: puesto que no saben, puesto que no están educados, hay que ofrecerles capacitaciones a granel. Y en tiempos de pandemia, el espacio virtual es terreno fértil. Sentados frente a la pantalla, viendo videos o leyendo textos ajenos a nuestra realidad, nos estamos educando. ¿Será?

Empero, aun con las visiones autoritarias, decimonónicas sobre la educación  y los procesos de aprendizaje y la construcción del saber, en estos contextos de pandemia las familias y las comunidades aprenden, construyen conocimiento y comparten saberes. Lo hacen, lo hacemos, porque somos seres históricos, que interactuamos con el otro, con los otros, porque ante una realidad concreta que nos presenta situaciones límite, tenemos que recrear y transformar y reinventar.


Por eso, durante este confinamiento, derivado de la emergencia sanitaria por covid-19, nuevas formas organizativas se han construido desde las propias familias y las comunidades y una conciencia más colectiva se ha presentado en algunos lugares.

El llamado al consumo local es una muestra. A través de las redes sociales se difunden los negocios existentes en las comunidades y se alienta la compra de bienes y servicios producidos localmente, lo cual genera dinámicas colaborativas y relaciones más estrechas entre los sujetos. Se trata del bienestar común.

Otra idea que ha emergido en algunos lugares es el trueque. De origen remoto, esta actividad renace como una forma de aminorar los efectos provocados por la contingencia sanitaria. De tal manera que existen espacios, virtuales o presenciales, a través de los cuales se pueden intercambiar todo tipo de bienes y servicios sin que medie el dinero: ropa, clases de idiomas, libros, comestibles, flores, lavados de auto, asesorías, etcétera. La premisa es sencilla: Lo que tú no necesites lo puede necesitar alguien más, y viceversa.

Y hay más: los músicos en las calles y sus conciertos virtuales, las campañas de lectura y promoción del libro y las artes, la construcción de pequeños huertos familiares para el autoconsumo, la elaboración de gel antibacterial y cubrebocas y desinfectantes en algunas familias son tan solo algunos ejemplos de acciones que se han construido desde el seno de la colectividad.

Entonces, uno de los desafíos para el educador del sistema escolarizado –de cualquier nivel o modalidad–  es entender que la escuela no tiene el monopolio del saber, que la escuela como institución (debido a sus objetivos, a su función social, a su estructura, su organización y sus inercias) tiene límites, y hay otros circuitos educativos donde la gente convive, aprende, comparte, se transforma y transforma su entorno.

Entenderlo significa abrirnos a nuevas posibilidades de vida, donde transitemos a otros escenarios posibles, más centrados en la creación y el fortalecimiento de lazos de colaboración y solidaridad. Sin vanagloria, sin pretensiones autoritarias y deformadoras.

Por lo tanto, las acciones transformadoras que están llevando a cabo algunos colectivos de escuelas (ligados a un modelo educativo con énfasis en el proceso), sumadas a los procesos transformadores de barrios, de colonias, de ejidos y familias puede significar una importante posibilidad de cambio, una sinergia transformadora en época de pandemia y, ojalá y así sea, después de ella.

No es poco lo que se está haciendo, hay que rescatarlo.


(Texto escrito en agosto de 2020)

jueves, 2 de diciembre de 2021

El periódico mural en la escuela: Algo más que sólo compartir información

 

Lo recuerdo bien: No sólo durante mi época de estudios en la educación básica, sino también como estudiante normalista y luego como incipiente profesor de secundaria, noté que la elaboración del periódico mural en las escuelas cercanas a mi contexto era una de las actividades que más despertaba el entusiasmo del alumnado.

Una experimentada maestra me dijo que eso sucedía porque a la elaboración del periódico mural le era inherente un proceso de planeación y evaluación en que el estudiantado participaba de forma activa, es decir, poniendo en juego su iniciativa y creatividad, la cooperación y el intercambio de ideas.   

Más tarde, gracias sobre todo a las visitas que por motivos de estudio o investigación tuve que realizar a otras instituciones, descubrí que el entusiasmo que yo había observado en un inicio, y lo dicho por la maestra, no se presentaba de manera generalizada en los planteles escolares, sino sólo en aquellos que en sus prácticas concretas – en el marco de su cultura escolar o espacios educativos-  promovían la participación activa de los estudiantes.  




En este sentido, conocí una secundaria que ofrecía tres muros permanentes para la expresión y la comunicación a través de periódicos murales: Uno estaba reservado a las fechas más significativas de cada mes, el otro a temas dirigidos a padres/ madres de familia y a visitantes de la escuela y, por último, el tercero, a los temas emergentes o de interés de los estudiantes, quienes trabajaban, por lo regular, en torno a los siguientes contenidos:

Fechas significativas de cada mes: Efemérides comunitarias, regionales, nacionales e internacionales. Breves crónicas de sucesos considerados relevantes. Semblanzas de quienes participaron en los sucesos.

Temas dirigidos a padres/madres de familia y visitantes: Anhelos como adolescentes. Aprendizajes obtenidos, procesos y acciones impulsadas como estudiantes.

Temas emergentes o de interés de los estudiantes: Reflexión sobre tendencias juveniles, convocatorias para participar en eventos culturales, concientización acerca del cuidado ambiental y promoción de prácticas solidarias.

¿Cuál era la característica en común de estos tres espacios comunicativos? Que los estudiantes, acompañados por un profesor, trabajadora social o prefectura, participaban de principio a fin en su elaboración. El profesor sugería, orientaba, pero no imponía temas o dictaba línea, de tal forma que brotaban propuestas diversas, el diálogo y el consenso.

Había, pues, participación activa del alumnado, que se manifestaba también en otros procesos, como preparación, coordinación y conducción de eventos comunicativos, o la socialización de saberes y trabajos realizados, o las reuniones semanales de representantes de grupos, donde se abordaban inquietudes, necesidades e intereses como comunidad estudiantil.

Predominaba una cultura escolar en que, no sin resistencias y descalificaciones por parte de algunos sectores (sobre todo de personal de la institución que veía con recelo el protagonismo del estudiantado), se confiaba, y así quedaba demostrado en los hechos, en la capacidad creadora de los alumnos.




Los deberes laborales, después el covid y el cierre de actividades presenciales me impidieron seguir visitando esta significativa escuela. Sin embargo, ese tesón por trabajar en los procesos, por ser constantes en ello y no tirarse a la displicencia, nos muestra que es posible impulsar acciones verdaderamente transformadoras.

En el caso del periódico mural, como desafortunadamente se hace en algunos planteles, nada les hubiera costado comprar el material ya hecho en alguna papelería o mandado a hacer lonas y haberlas colgado en la pared, con la consecuente mutilación de cualquier participación genuina del alumnado.  

Sí, no en todas las culturas escolares predomina el afán por generar procesos de participación genuina. La desconfianza, las cargas burocráticas, las luchas de poder, la competencia por todo y por nada y el cumplimiento a rajatabla del programa de estudios pueden distorsionar procesos y castrar iniciativas. Pero siempre, innegablemente, hay espacios que se pueden rescatar. El periódico mural, considero, es uno de esos espacios.

Año nuevo

Qué aprendimos en el año