Lo recuerdo bien: No sólo durante mi época de estudios en la
educación básica, sino también como estudiante normalista y luego como incipiente
profesor de secundaria, noté que la elaboración del periódico mural en las
escuelas cercanas a mi contexto era una de las actividades que más despertaba
el entusiasmo del alumnado.
Una experimentada maestra me dijo que eso sucedía porque a
la elaboración del periódico mural le era inherente un proceso de planeación y
evaluación en que el estudiantado participaba de forma activa, es decir, poniendo
en juego su iniciativa y creatividad, la cooperación y el intercambio de ideas.
Más tarde, gracias sobre todo a las visitas que por motivos
de estudio o investigación tuve que realizar a otras instituciones, descubrí
que el entusiasmo que yo había observado en un inicio, y lo dicho por la
maestra, no se presentaba de manera generalizada en los planteles escolares,
sino sólo en aquellos que en sus prácticas concretas – en el marco de su
cultura escolar o espacios educativos- promovían la participación activa de los estudiantes.
En este sentido, conocí una secundaria que ofrecía tres
muros permanentes para la expresión y la comunicación a través de periódicos
murales: Uno estaba reservado a las fechas más significativas de cada mes, el
otro a temas dirigidos a padres/ madres de familia y a visitantes de la escuela
y, por último, el tercero, a los temas emergentes o de interés de los estudiantes,
quienes trabajaban, por lo regular, en torno a los siguientes contenidos:
Fechas
significativas de cada mes: Efemérides comunitarias, regionales,
nacionales e internacionales. Breves crónicas de sucesos considerados relevantes.
Semblanzas de quienes participaron en los sucesos.
Temas dirigidos a
padres/madres de familia y visitantes: Anhelos como adolescentes. Aprendizajes
obtenidos, procesos y acciones impulsadas como estudiantes.
Temas emergentes o
de interés de los estudiantes: Reflexión sobre tendencias juveniles,
convocatorias para participar en eventos culturales, concientización acerca del
cuidado ambiental y promoción de prácticas solidarias.
¿Cuál era la característica en común de estos tres espacios
comunicativos? Que los estudiantes, acompañados por un profesor, trabajadora
social o prefectura, participaban de principio a fin en su elaboración. El
profesor sugería, orientaba, pero no imponía temas o dictaba línea, de tal
forma que brotaban propuestas diversas, el diálogo y el consenso.
Había, pues, participación activa del alumnado, que se
manifestaba también en otros procesos, como preparación, coordinación y
conducción de eventos comunicativos, o la socialización de saberes y trabajos
realizados, o las reuniones semanales de representantes de grupos, donde se
abordaban inquietudes, necesidades e intereses como comunidad estudiantil.
Predominaba una cultura escolar en que, no sin resistencias
y descalificaciones por parte de algunos sectores (sobre todo de personal de la
institución que veía con recelo el protagonismo del estudiantado), se confiaba,
y así quedaba demostrado en los hechos, en la capacidad creadora de los alumnos.
En el caso del periódico mural, como desafortunadamente se
hace en algunos planteles, nada les hubiera costado comprar el material ya
hecho en alguna papelería o mandado a hacer lonas y haberlas colgado en la
pared, con la consecuente mutilación de cualquier participación genuina del
alumnado.
Sí, no en todas las culturas escolares predomina el afán por
generar procesos de participación genuina. La desconfianza, las cargas
burocráticas, las luchas de poder, la competencia por todo y por nada y el
cumplimiento a rajatabla del programa de estudios pueden distorsionar procesos y
castrar iniciativas. Pero siempre, innegablemente, hay espacios que se pueden
rescatar. El periódico mural, considero, es uno de esos espacios.
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